martes, 6 de julio de 2010

CRÓNICA

Viernes, 7 de mayo, 21:00 horas.
El Cantábrico, C/Muelle de Oriente 4, Gijón.


JUGADORES

Alzola Llamero, Ramón. Cien Sonetos y diez sonetillos, Llanes, 2009.
Fernández, Basilio. Antología 1927-1987, Gijón, Trea, 2009.
Onieva, Francisco. Perímetro de la tarde, Madrid, Rialp, 2007.
Sabines, Jaime. Uno es el poeta. Antología, Madrid, Visor, 2006.
Uribe, Kirmen. Mientras tanto cógeme la mano, Madrid, Visor, 2008.
Vallejo, César. Obra poética completa, Madrid, Alianza, 2006.

CRÓNICA

Partido más intenso que brillante. El juego buscó con limpieza el gol, y sólo la falta de inspiración final, la mejor elección de los caminos por que filtrar el postrer pase y la viveza al administrar el espacio comprimido del área, privaron al marcador de más movimiento. Aunque los estrictos puedan decir que inspiración, acierto y viveza son precisamente los atributos imprescindibles de la poesía, siempre es mejor la parquedad que obedece al aturullamiento más que a la cerrazón estética.

ARTEMIO se presentó luciendo un vendaje en la mano izquierda que afectó notablemente a sus habilidades de trilero. Por más que se desgañitaba con la salmodia propia de su oficio―“¡La reina gana! ¡La reina gana!”―, en ningún momento logró distraer a la parroquia lo suficiente como para que la inanidad en estado puro de URIBE ganase un gramo de molla: «Chéjov llega a Moscú. Su madre y hermano acuden a recibirlo», que el cántico naíf perdiese ni un ápice de su simpleza: «Mientras tanto el cuco seguía cantando en el bosque: Ni Si-Sol, ni Fa-Re, ni Mi-Do. Como hace mil años cantaba: Cucú, cucú», ni que la concesión al malditismo camuflase un mínimo su impostura: «la heroína es tan dulce como hacer el amor... las agujas me hacen daño y tengo frío, el suero me enfría las venas». Seguramente la responsabilidad de tan bajo rendimiento deba imputarse al traductor: ya se sabe que la poesía en éuscara pierde mucho sin las aliteraciones de ka, te y erre.

La mejor elección correspondió sin duda a FERMO: colección imponente, los sonetos de ALZOLA. Con soltura magistral, desplegó su juego por los pagos abonados por las mejores tradiciones líricas españolas, sacando siempre un fruto renovado. Desde la poesía del desamor, donde remata con helador estrambote: «Dado que tú lo puedes / embriágame de muerte y vete renovada, / enquístate ahora en otros... y dame a mí... la nada»; para sobrevolar el rencor dando pie a la siempre elegante vacuna del estoicismo: «tu mirada me conmina / a esperar el final fingiendo calma»; hasta el canto al esplendor del ciclo de vida y muerte que cada día se debate en el horizonte con el atinado serventesio: «Vislúmbrase un fulgor en la temprana / frontera de la luz, con la porfía / eterna de esa noche que profana / con trémulo desdén la lejanía»; pasando por la hogaño nada frecuente poesía sacra: «No te pido Señor omnipresencia, / no te pido Señor milagro alguno / sólo quiero Señor tu providencia», con el eco del SONETO A CRISTO CRUCIFICADO soplando las velas. Gracias, FERMO.

Nuevo patinazo de CATENACCIO que, en las evoluciones de BASILIO, prefirió abandonar una línea de ataque nítida para enfoscarse en una táctica a la cacea que cebó en unas ocasiones con aromas garcilasianos: «Por hábito del alma te he querido / con norma fiel, con dulce pensamiento, / mas de tu sangre, caracola al viento, / sólo queda un rubor estremecido»; en otras con cierto pintoresquismo esteticista, casi pajillero: «Entonces en la penumbra demorada / como un guante alargado, un misterio inquietante / contraía tus besos, últimos bucles de una sola apariencia / porque el silencio lamía tímidamente los deseos atrapados»; y las más de las veces, enmarañando el hilo con circunloquios: «Quietud sin historia a la deriva / en unos sentimientos sin principio ni fin / de días perezosos, / de ríos que giran hacia la libertad, / de falsos testimonios y palabras cansadas».

Si algo no puede decirse del juego de IGNATIUM es que no sea previsible: Sea con ONIEVA o con lo que sea, milita siempre en el partido del conceto; aunque sea para desbastarlo, limpiarlo capa tras capa y terminar descubriendo que tras su máquina insigne y grandeza era la nada: «No presentan más peso que su vuelo / —apenas polvo—. Buscan tras la luna el horizonte / y se posan sobre él. / No dura nada»; con la agravante de perderse en tropos imposibles que se terminan velando con la luz de una perogrullada: «el silencio de sus relojes / deja un olor / en la casa a vinagre, / a vino en la bodega, / en tu cuerpo a distancia». No sabemos a qué huele la distancia; pero que una bodega huela a vino lo alcanza cualquiera.

CARLOS eligió para su reaparición a SABINES, apuesta de lo que en neoparla llaman “perfil bajo”. Sin alardes en ninguna instancia, se deshacía de la bola con una premura desembridada, casi rústica: «la luna se puede tomar a cucharadas / o como una cápsula cada dos horas»; próxima al ripio, aunque no exenta de frescura en la jurisdicción más infantil: «y yo creo que se alegra / cantándose una canción: / Corta del pie derecho y también del corazón»; pero roma hasta el prosaísmo de autoayuda al manejarse en las proximidades de la cal más existencial: «cuando tengas ganas de morirte / no alborotes tanto: / muérete y ya»; y sin hacerle ascos a la contradicción más flagrante: «como ahora no hay maestros ni alumnos / el alumno le preguntó a la pared: / ¿Qué es la sabiduría? / y la pared se hizo transparente». Si la premisa es la ausencia de profesores y alumnos, ¡qué coño pinta un alumno preguntando!

JUANCHO se decantó por el arrebato modernista de VALLEJO. Un tanto irregular en el manejo de la temática fúnebre, entreveraba los episodios más contenidos y sugerentes de ROSA BLANCA: «Que vaya así, trazando / sus rollos de crespón; / y que ate al gato trémulo / del miedo al nido helado, / al último fogón»; o BAJO LOS ÁLAMOS: «Y en él, amortajadas las pepitas tracen su aullido pastoral en pena?»; con otros artificiosos, manieristas e inmoderados hasta la morbosidad: «y habrán tocado a sombra / nuestros labios difuntos. / los dos dormiremos, / como dos hermanitos».

En esta grisalla de ida y vuelta, de partido atrapado en un patio de colegio, donde el balón no es pasado ni futuro, sino un presente permanente arrastrado por un tropel de pies que se lo disputan en un dribling infinito que iguala a compañeros y rivales y exorciza su propio tiempo, declinaba la tarde sin atisbo de gol. Y así habría terminado, si se hubiese impuesto el más mínimo sentido de la rectitud. Pero eso es pedir mucho en un país que considera que intimidar al tribunal competente de una causa es pieza procesal obligada. Porque el remate en escorzo de VALLEJO, «y se acabó el diminutivo, para mi mayoría en el dolor sin fin y nuestro haber nacido así, sin causa», fue interceptado en la línea de gol por FERMO y despejado el peligro sin mayores aspavientos. Y es en éstas que el colombiano ―haciendo buenas las razones de quienes protestan por la laxitud de la legislación de extranjería― se levanta airado, pregunta quién no le había sido propicio, encara al bueno de FERMO, y mientras asía con la mano izquierda un contundente cenicero, le pregunta con la cara a no más de un palmo, si está o no seguro de su voto. A lo cual éste, manifiestamente intimidado por el tamborileo del cristal sobre el mármol de la mesa, retoma el libro, relee el poema y cambia el sentido del fallo...¡Genial, otra noche de cuchillos largos en los anales de la Justicia! Porque es que no termina aquí la villanía: quebrada con violencia la voluntad de un buen ciudadano, el victimario arranca a su víctima el libro de las manos, espeta a la parroquia un lacónico: “Bueno, gané. Me piro, que tengo un torneo de dardos. Adiós”; y toma el olivo precipitadamente acompañado por CARLOS, en estampa de escudero compinche. Y es este pequeño episodio el que debería bastar para recordarnos la vigencia del mandato bíblico de levantarse una y mil veces hasta hacer de los corderos leones.

El contoneo de las caderas de SHAKIRA, “y lo que me queda de vida, quiero vivir contigo”, acompañó la marcha de los fugitivos, la recogida de libros en liza, el saldo de las cuentas en la barra y goteo de despedidas. Dejar atrás ese leve manto de vidrio que nos protege de la intemperie y las prisas, esa cápsula de tibieza que caldean el afecto y aficiones compartidas, y salir a la calle para dejarse herir por la crudeza del viento, atenuarse por farolas que inseminan a la noche con su luz pastosa y llevarse por un tropel de asfalto a ese mercado de valores en continua mutación: Es noche de viernes. La inminencia del fin de semana puebla las calles con grupos de jovencitas, en avance dubitativo y risa contagiosa, izadas sobre unos tacones tan erizados como indóciles, y chavales que insinúan la tensión de sus músculos entre transparencias y camisas desabotonadas. Es hora de que se abra la danza de esas celosías en movimiento que fijará la cotización al alza del deseo y los cuerpos, en un cruce de miradas retadoras. Es hora de que los leones se tumben a hacer la digestión y que los zorros estudien cómo asaltar en gobierno de la charca. Pero eso ya es otra historia.

5 comentarios:

  1. ¡Bien por Juantxo! Ese Bilardo de las letras.¿Hay crónica del torneo de dardos?

    Sabines era mi elección para un próximo partido. Carlos, paciencia, ya sabes lo que dicen de las margaritas y los cerdos.

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  2. Qué golazo. Dueño y señor de la palabra. Enhorabuena Catenaccio.

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  3. Brillante. Erudito y lírico.

    Y la elección, ya improcedente, de Alfredo, sobre Sabines, confirma mi juicio de su mal oficio, de ambos.

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  4. Pero si yo uso cortauñas oxidados y no ceniceros!

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  5. FE DE ERRRATAS: El que era todo amol, Juantxo, asevera que no se trataba de un cenicero de cristal sino de un cortauñas oxidado.

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