Sábado, 16 de enero, 22:00 horas.
El Arca de Noé, C/Escultor Sebastián Miranda 3, Gijón.
El Arca de Noé, C/Escultor Sebastián Miranda 3, Gijón.
JUGADORES
Ferrero Álvarez, Martín Julio. Tradición oral, Gijón, Ediciones Escorpión, 2010.
CRÓNICA
No hubo convocatoria, porque la creación no se subordina a trámites administrativos. Deberían aprenderlo bien quienes ejercen la autoridad cultural intentando que los flecos de sus hábitos de buhonero no sobresalgan por debajo de la púrpura, y que han terminado por convertir todo lo que debería elevar y emocionar en un negociado espurio para solaz y palmeo de la secta más enterada. Es destino de la poesía engarzar intemperies, agostarse por el sol y olfatear rastros barridos por la lluvia para cristalizar por una leve fracción de segundo, quizás invisible para el ojo menos adiestrado.
De esa feliz cristalización, unos pocos tuvimos la fortuna de ser testigos el sábado en dosis plena. Cuando PAPERMAN llegó al Playu con INMA y se desembarazó de su abrigo estilo AMUNDSEN, miles de horas de ensayo fatigoso en otras tantas astracanadas, charlotadas y sainetes cobraron sentido de súbito. Como la antimateria de un argonauta herido, ganó las arenas de puerto no para reclamar agua que calmara las fatigas de la travesía sino para colmar la sed de historias bien contadas, protagonizadas en esta ocasión no por sus personajes fetiche sino encarnadas, metidas en la carne y hueso de hombres cercanos.
PAPERMAN llenó todo el campo con un despliegue de físico y talento rayano en el derroche. Las jugadas arrancaban de la portería con la suavidad de quien conoce los próximos movimientos: «¿No conocisteis a PEPITO? Con su acento mezcla de asturiano, cubano y neoyorquino en los labios», entreteniendo el balón en una ligera pincelada del personaje: «Hombre, un poco exagerado sí que era: “En Tampa, chico, hay unos mosquitos como aviones. Si dejas el coche aparcado en la calle, lo mismo cuando vuelves a buscarlo te encuentras los neumáticos pinchados... y fueron ellos, tremendo”. Te partías el culo»; llevando la pelota al centro del campo sin caer en el vicio de la retórica: «Al parecer estuvo durante un tiempo currando de botones en un hotel de Nueva York en el que se alojaba JOE LEWIS, el boxeador: “Yo era el encargado de llevarle todas las mañanas el periódico y me di cuenta de que lo único que le interesaba era la tira cómica de la última página. Así que empecé a quitarle páginas, hasta que llegó el día en que sólo le llevaba la tira y vendía el resto del periódico para hacerme un dinero. Chico, tiempos duros. No había una perra”». En ese punto, la jugada ya volaba sola hacia la red siguiendo un algoritmo ciego: «En la despedida de soltero de Nacho, mientras la peña se solazaba como podía yo me dije: Martín, no te separes de Pepito, que hay que ver cómo gestiona la situación este fenómeno. Mientras estábamos en la barra, veía que se hurgaba el bolsillo del pantalón sin parar, pero tampoco le di más importancia. En una de éstas, nos aborda una puta: “Qué abuelo, con un poco de suerte se lo dejo baratito”. Pepito le toma la mano, se la lleva al paquete, y mientras lo toquetea, le contesta: “Y cuánto me vas a pagar tú, cariño”. Y veo cómo le cambia la expresión a la puta, que se larga y comenta algo con otra fulana que se queda mirándole también con sorpresa. El caso es que el muy cabrón se había estado haciendo un rodillo con el pañuelo y parecía el señor polla. Fue la comidilla de las lumis el resto de la noche»; resuelto con un remate inapelable: «Pepito se pasó años y paños desahuciado por un cáncer. El médico flipaba cada vez que lo veía: “—Supongo que ha dejado de fumar y beber. —Sí, hombre, sí... ¡Sí, por los cojones! —¡Pero eso es completamente imposible! ¿Qué está haciendo usted? —¡Y yo qué sé. Estudie!” Hasta que un día me espeta que es la última vez que nos vamos a ver: “—¡No jodas, Pepito! —Sí, Martín, va a ser la última vez”... Y sí; fue la última vez».
Para esas alturas del partido, PAPERMAN ya había prescindido del formulismo de preguntar al auditorio si prefería demorarse en la versión larga o despeñarse por la corta. Ante la mirada reprobatoria de INMA, acariciaba el purito entre calada y calada para empujar con cada voluta de humo a un nuevo personaje desde las sombras del recuerdo: «Mi madre era un pibón. Cómo sería la cosa, que cuando volvió de Cuba, el capitán se pasó dos días tirándole el picao con el barco amarado en el puerto de La Coruña, con todo el pasaje al borde del síncope por el retraso... ¡Muy profesional, el tío! Pero mi madre, que intuía que todo podía ir a peor, pasó de él como de la caca». Un pase largo para controlar el balón y dar respiro a la defensa juntando las líneas: «Sí, joder, mi padre era un poco calamidad. En una ocasión, mi abuela lo dejó al frente del negocio para que se fogueara con las compras y los proveedores. El caso es que llega un viajante que vendía botijos: “—¿Y cuánto cuesta cada botijo? —Tanto. —¿Y la docena? —Tanto. —¿Y la resma? —Tanto”... Y va y no se le ocurre otra cosa que pedir una docena de resmas... ¡Con dos cojones y un palito! Efectivamente, el precio por unidad era la hostia; pero colocar en un pueblo de cinco mil personas casi dos mil botijos no fue la mejor operación mercantil de la historia».
Marcar, robar la pelota y reiniciar el ataque con más energía: «DOMINGO era otro fenómeno. Curraba de camionero transportando fruta y la mujer estaba harta de que la liara cada dos por tres por las carreteras de España. Así que tirando de contactos y para tener a Domingo un poco más controlado, le consigue empleo en la empresa municipal de transporte de Murcia. Todo iba de miedo hasta que la dirección de la empresa comprobó que la recaudación de la línea había caído más del treinta por ciento, y le colocaron un inspector de incógnito en el autobús para ver si estaba echando mano a la caja. Digamos que la política de cobro que aplicaba Domingo era un tanto sui generis: cuando entraba una chica guapa por la puerta, “¡Cómo te voy a cobrar a ti, bombón!”; cuando entraba un anciano, “¡Cómo le voy a cobrar a usted, abuelo, con la mierda de pensiones que pagan estos cabrones que nos gobiernan, menuda vergüenza!”; en fin, reparando entuertos. Y cuando por fin, el inspector, atónito, le recrimina por no cobrar los billetes, Domingo le espeta: “Oiga, mire, yo esto no lo sé gestionar de otra manera; así que dimito”. Y planta el autobús en medio de la calle montando un atasco de tres pares de cojones. ¡Ese era Domingo, jódelu!»
Para entonces, la fluidez alcanzaba del delirio. Los movimientos, pausados pero reñidos con toda fórmula de gravedad, agrandaban la magnitud de la sorpresa, dejando al descubierto por adelantado la solución al problema que toda finta plantea, para resolverse, con la evidencia de lo irrefragable, justo en ese punto señalado: «TOTE tenía un rottweiler que murió de un marichalazo por exceso de colesterol. Como el veterinario no daba crédito a lo que veía le pregunta: “—Pero bueno, ¿ese perro qué comía? —¡Oiga, no me venga con esas, que el perro comía perfectamente... de lo mismo que yo! —Bueno, ¿y qué come usted, si puede saberse? —¡Pues qué voy a comer... Pizzas!”» . Los brazos de PAPERMAN hendían el aire en un continuo signo de admiración para devolver con suavidad el balón hacia una línea más rezagada y estudiar por dónde reiniciar la jugada: «Un día lo detiene la benemérita en un control en Santander; por supuesto, da positivo: “—¿Y usted adónde va a estas horas? —Hombre, pues eso depende... ¿qué queda por ahí abierto?”. No sé cómo lo veis vosotros, pero a mí me parece una pregunta de lo más pertinente»; y llegar siempre hasta el corazón del área de goal: «En otra ocasión, llega a su casa y en la calle un despliegue de bomberos de la virgen: “—Qué pasa. —Nada, que hay un fuego en una vivienda, y para colmo no abren la puerta. —¡Joder, vaya vergüenza, la gente es que es la polla! —Y para encima, el dueño del piso tiene un perro gigantesco ladrando en la puerta, que no hay dios quien se acerque. —¿Y en qué piso dice usted que es el fuego? —En el cuarto. —¡Ay la hostia... Mi casa!”»
Una y otra vez sin dar tregua, mezclando juego en corto con largo, mandando el balón al pie o al hueco según lo requería el caso. Esta orgía goleadora vivió su epílogo en el CHAFARIZ: “Cerco un centro di gravetà permanente...”. PAPERMAN trepó a un taburete, pidió a TONI recado de parlamentar, y cuando BATTIATO y el bullicio parroquiano entraron en sordina: “... che no faccia mai cambiare idea sulle cose sulla gente...”, arrancó su panegírico sobre la derrota del humanismo: «Queridos amigos, esta noche estoy muy triste. Sí, muy triste: MICHU no fichará por el Sporting. Ese tipo que había prometido odio a muerte a nuestro equipo ya no jugará con nosotros. Otra vez triunfa el rencor sobre la civilización. Se impone de nuevo la siniestra cofradía de los que no saltaron el plinto, con AZNAR y BUSH a la cabeza. Hemos vuelto a malograr la oportunidad de decir: ¡Tío, eres un gilipollas integral, pero eres uno de los nuestros! ¡Y todo esto me deja muy triste!» Y allí sobre el taburete, como una gárgola sorprendida por la primera plomada de luz que separa el cielo de la tierra, se quedó clavado PAPERMAN con la mirada perdida y su dedo aspaventoso rematando un trazo en el lienzo invisible del aire; quizás por frustración, quizás porque la jarra que portaba en la mano ya no tenía cerveza que echarse al coleto.
La calle se vestía de lunares de agua, charcos que duplicaban la luz de las farolas, pegándola al asfalto con la tozudez de un negativo. Nadie arrastró a VASSILI ALEKSEIEV por las patillas para uncirlo de nuevo a la barra de halterofilia. Nadie agravó el duermevela de ningún misil con paseos nocturnos alrededor de la PLAZA ROJA. LAIKA pudo descansar en la negritud infinita del abismo orbital en que yace a su pesar. Y todo porque un burócrata hijodelagrandísimaputa prefirió omitir que no es la gloria quien destila la saliva de un perro, sino el palo que vuela desde la mano del amo, la palmada cadenciosa en el lomo y, cuando se tercia, un cacho de pizza. Pero eso ya es otra historia.
Golazo para los dos. Magnífico. Sin que te exima de asistir y narrar el próximo encuentro.
ResponderEliminarPura literatura.
ResponderEliminarNi las marcianas, ni las de un pueblo, las de Narnia o la de una muerte anunciada, no hay crónicas como las de fútbol de poetas.
ResponderEliminarDoce años más tarde. Gol.
ResponderEliminarMUY BUENO
ResponderEliminarSoy Elena, la vecina
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