Viernes, 17 de marzo, 20:00 horas.
Patio del Museo Nicanor Piñole, Pz/Europa 28, Gijón.
Patio del Museo Nicanor Piñole, Pz/Europa 28, Gijón.
CRÓNICA DE UN PARTIDO DEL MUNDIAL
La entrada la hicieron como caballos vencedores. Entrada triunfal en un auditorio pequeño pero lleno y colmado de entusiastas. Un auditorio entregado. A la espera del partido, intercambio de saludos entre conocidos y sonrisas (yo sólo miraba). Intercambio de poemas como banderines y una irremediable desgana que me produce (dios me perdone) el corporativismo y más aún cuando de arte se trata. Esa retahíla de lugares comunes. Algún grupo intercambia poemas, otros mails, otros recomendaciones literarias, otros estilos y consejos para sembrar mejor los versos en la próxima primavera. En fin. Media hora estuve cruzando y descruzando la pierna esperando a los Grandes. Sólo encontré un contemporáneo lejano, lejano de aquellos tiempos de iniciación en la lectura, afortunadamente llenamos la conversación de preguntas profesionales y se mereció mi aplauso cuando en un momento determinado, al preguntarme si seguía escribiendo, omitió el verbo prohibido e hizo el gesto de garrapatear en el aire. “Bueno, sigo…sigo más o menos respondí, sin prisa…” Respondí “(azorado como si me hubiesen preguntado si seguía yendo de putas) “¿Y quién tiene prisa?” Respondió (más sólido, que diría Nacho, en su afirmada pregunta quizás por ser un poeta publicado). Finalizamos rápida la impúdica conversación porque la sombra de los Vencedores se perfilaba ya en el terreno de juego.
Berta Piñán medió en la introducción, hiló la necesidad de la poesía, la definición de la misma por cada uno de los Grandes y la posibilidad gloriosa (cierto) de tenerlos a todos juntos en Gijón. Distintas voces, distintas experiencias, distintas generaciones y la misma honda sensibilidad de poesía en todos. Inició el partido Joan Margarit. Jugó de pie: Recitando solemne. Ventanas a la infancia, la guerra, la memoria de los primeros años, la hija muerta, una pequeña ave agonizando en el camino. El tono emocionado en la voz quizás sabiéndose padre literario ya y por tanto primera generación de los jóvenes Marzal o Muñoz. Pasó el balón a Luis Alberto de Cuenca. Impecable. Leyó sentado poemas de su antología amorosa (muchos de los poemas que releímos este año en Lanzarote). Algunos los repetía de memoria, sin leer apenas. Volviendo sólo a ratos los ojos al libro. Interpretando «Tengo un hambre feroz esta mañana. Voy a empezar contigo el desayuno». Y revisando Cuando vivías en la castellana o ya no hay luz en la buhardilla de Zurbano. Marzal miraba de reojo. Disonante (y no sé por qué) con su lenguaje verbal y no verbal. Preparado. Afilando su técnica. Estaba justo en el medio del semicírculo de sillas, sabiéndose quizás el delfín elegido de la nueva pléyade de poetas. Su verso elegante y medido. No recitó al modo de los otros Grandes ni tampoco lo hicieron los que faltaban (Prado, Bello o Muñoz. Algo sí, Piñán. Un atisbo de salto generacional). Marzal y apuntes mediterráneos. El olor de la rosa se sigue transmitiendo. El origen del mundo y metáforas del deseo y el misterio. Benjamín Prado sorprendió con poemas inéditos (uno de los grandes descubrimientos de los últimos meses gracias al Fútbol). Leones azules, gasolineras y Keats. Cerró con un acertijo soberbio con versos robados a poetas del siglo XX. Certero. Brillante. Una delicia. Xuan Bello emocionó con la tristeza ésta que llevan (llevamos) en los huesos los del Norte. Y la llingua asturiana, con todas las hipótesis a priori que supone escuchar unos versos en asturiano. Montes, la niebla de los montes y de nuevo, como Margarit, un niño mirando en las ventanas de la infancia. Y entrando en el área tras tantas jugadas soberbias un sorprendente (y para mi desconocido) Luis Muñoz. Poemas de luz, mediterráneos o de isla, amores, claridad, transparencia. Un más que exitoso fichaje para un próximo fútbol de poetas. Y pase de Muñoz a Berta Piñán, con el balón por fin frente al portero. Pausada, con esa dicción tan triste y esas palabras que suenan tan hermosas en asturiano. Ríos crecidos, el olvido, quizás de nuevo la rosa, las palabras del mundo, “¿hay que juntar los labios?¿duelen?” Preparó el balón y enfiló la portería. Y disparó el último poema (“los límites de un corazón”) y al terminar el último verso, el auditorio reaccionó (y no invento) con un suspiro colectivo que llevaba años sin escuchar. Y que es el mismo suspiro colectivo que recordaba de mi infancia en el Molinón, de aquellos balones que cepillaban los largueros y de Churruca y de Quini y de a-tu-padre-casi-le-da-un- infarto. Y creo que en la sala alguien casi se pone de pie cuando disparó la asturiana ,acompañando el suspiro con el épico huyyyy que sigue siendo homónimo de utopía y de futuro.
Cerró Margarit, con un poema de intenciones, con un poema de despedida y de resumen de vida. Recitó emocionado (ante el éxtasis del público que ya hacia cánticos regionales y la ola) la parábola de D. Antonio Machado: “Era un niño que soñaba…”. Luego todo fue rápido. Despedidas, firma de libros, suelta de globos y de flores a los Grandes. Refocilo de los mismos caminando a tres cuartas del suelo entre los mortales. Vuelta a casa, cigarrito rápido y paseo bajo la lluvia. Glorioso el fútbol todavía con partidos así.
(Pese a todo, el mejor poema leído esa noche me esperaba en casa. Se llama Lucía, ya tiene tres meses y estaba boxeando al sueño, esperando que su padre la durmiera en brazos).
O me pierdo los buenos partidos, o cuando acudo, no se celebran, aunque no es lo mismo que no ir (la plantilla
ResponderEliminarconserva otros recursos).
Qué pena no haberte visto. Yo también estuve. Atrás del todo a la derecha. Con columna delante que me impedía ver a los centrales. Al día siguiente también fiché a Muñoz y a Margarit y a Prado. Veremos como se portan.
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