martes, 10 de febrero de 2015

EDGARDO DOBRY. EL POEMA DE LAS BOTAS Y LAS HORAS PERDIDAS


EL POEMA DE LAS BOTAS Y LAS HORAS PERDIDAS

Cuando miro tus botas negras, vacías,
que descansan como dos manchas más densas
en la moteada penumbra del cuarto;
cuando miro tus botas que tienen ya la forma de tus pies,
no sólo de tus pies, de tu andar también:
esa leve panza en los empeines
—algo más pronunciada en el izquierdo—,
la cueva oblonga del talón
que da a la silueta de tus botas un toque cómico,
como si en vez de copiar la arista de tu paso quisieran
imitarlo con una gracia cándida,
como se hace entre íntimos amigos
que han crecido juntos y conocen sus formas detalladas
y pueden hacer burla de sus voces
o de su caminar; cuando miro ese cuero,
no hace mucho flamante y frío y pecuniario,
ahora modelado por la persistencia
de un trabajo sin fatiga
—pues nunca das descanso a las botas nuevas,
aunque tengas aún buenos pares anteriores
y aunque pases un día muchas horas en casa—,
ese cuero ya tuyo de verdad,
no como un reloj o un bolso, tuyo
por el velo de su dureza vencida,
mientras la luz en la pieza comienza a despertar
y tú sigues dormida, ellas te velan y te esperan
con un dejo presente de complicidad,
con una fidelidad que les viene por completo del candor
de su taco ya apenas comido,
de su estar vacías y huecas pero fieles
al volumen imitado de tus pies: esa memoria de la forma;
tus botas te esperan como una reserva de vigilia,
su serenidad es la certeza de que hoy también
van a aislarte del suelo del planeta
para distraer y postergar la sorda
afirmación con que la tierra nos invita,
nos reclama como un hijo que de noche
debe volver a casa;
tus botas aliadas de tu piel, vigilia que la aguarda,
que vela por tu cuerpo ahora dormido
mientras la luz va ganando baldosas y contornos.

Cuando miro el trabajo minucioso de las horas
en el talón oblongo de tus botas vigilantes y cómicas
y veo cómo el tiempo tiene manos que modelan
sobre nuestro contorno inquieto las señales
de una trascendencia efímera, por entero contenida
en la parcela de nuestra crasa contingencia
como su costado de penumbra y esperanza,
sólo visible en ciertas madrugadas de apariencia indiferente
pero de pronto empujadas hasta el borde de un acontecimiento;

cuando veo
esa vida rara de las cosas que son nuestras
y a las que nada debemos por ser cosas,
cosas que amamos con un amor ingrávido, blanco,
sin emociones ni culpas, sin deberes ni leyes de compensación,
cuando miro tus botas cada vez más definidas
por la luz que va ganando el nombre de «mañana»,
mientras eres aún en la cama el remolino quieto
de sábanas y mantas que la noche
dibujó sobre nosotros, tus botas en el resplandor
de un rincón todavía frío
insinúan su ternura apenas perceptible
—pues depende de su nueva asimetría
que es en sus mínimos errores,
en las imperfecciones de su réplica,
una secreta broma entre ellas y tus pies—

y veo que tus botas negras son como el poema
de las horas perdidas, perdidas justamente para el poema,
perdidas en trabajo adocenado,
en mañanas superpuestas,
en tardes de enojoso cansancio,
en sábados de inútil ansiedad,
en viernes de expectativa al atardecer ya derrotada,
en escaleras del color de dientes ancianos,
en calles que no llevan a otras calles
sino que se clausuran sobre sí,
también en reposos aburridos,
cuando la suela se apoya en el travesaño
de los bancos altos de los bares,
la axila del taco contra el aro de aluminio:

tus botas son ahí el poema de las horas perdidas,
perdidas para el poema, perdidas también para el amor,
recuperadas por un momento ahora que duermes
y que tus botas me miran y quieren hablarme,
decirme justamente por la graciosa inexactitud de sus redondeces
que ellas contienen, son ese poema, este poema,
que una casual forma de mirarlas desprende
de su taco apenas comido,
de la panza crecida en el empeine
mientras empiezas a desperezarte y las botas,
paralelas, con sus dos cañas negras como tráqueas
liberadas de garganta y que sólo respiran por diversión,
se preparan también para su inminente trabajo
y sellan, en un cruce de guiños,
el silencio del poema de las horas perdidas.
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De Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.

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